martes, 21 de septiembre de 2010

Alicia Gil, desde Vigo-España compañera promoción '74

Hola a todos los pellegrinenses. Cuando Eduardo me propuso que cuente alguna historia del turno vespertino del Pellegrini de los principios de los setenta (promoción 1970-1974), me removió un montón de recuerdos. Empecé a acordarme de cosas que había vivido y un poco me da casi casi vergüenza contar que fue una de las épocas más felices e inconscientes de mi vida, inconscientes por todo los momentos trágicos que estaba viviendo el país, que para mí, en aquel tiempo, ni siquiera existían como telón de fondo.
En fin, cuando llegué a sexto grado, conoci a una compañera de banco quien me comentó que se estaba preparando para entrar al Pellegrini, y también me enteré de lo que me movilizó a querer ir al Pellegrini: ¡era una escuela MIXTA! ¡Había CHICOS! Eso determinó mi decisión de querer entrar al Pellegrini tambien .
Ya adentro, el edificio me parecio genial; las materias me resultaban de lo más aburridas. Lo más cercano al arte, que era mi primera pasión, era caligrafía.
Y aquí quiero agregar un paréntesis de mi experiencia de visitar la escuela por dentro cuando cumplimos los veinticinco años en el noventa y nueve. Me pareció ESPECTACULAR. Las vitrinas de la escalera principal llenas de obras de los chicos. Después de todo, ¿por qué el arte (visual, literatura sí había) no se podía llevar con los peritos mercantiles o bachilleres comerciales o como quiera que los llamen ahora ?
Me encantó la escuela actual. Se respira un aire relajado y contenido que no aparecía en mi época, aunque yo, por supuesto, no me daba cuenta en aquella época. Al leer El Pellegrinense, me enteré de los debates (de los que no tenía idea) de contención versus excelencia. Pero, ¿no se pueden lograr las dos cosas?
Volviendo a mis recuerdos, en aquel momento, ni siquiera me entusiasmaba inglés (que fue mi segundo amor después del arte) porque se usaba el método de moda de la época (luego me enteré de que se llamaba “audiolingual”), que consistía en repetir sin cesar como un loro hasta memorizar todas las cosas. Me encontré con mi profe del primer año del Pelle, Viñas de Urquiza, que nos martirizaba con la memorización de esos diálogos estúpidos que yo odiaba en el secundario;, cuando hice el profesorado en inglés en el Lenguas Vivas (no hace tanto, ya que egresé en el 95). Ojo, Viñas de Urquiza es una genia de las estructuras comparadas de inglés y español. Lo que pasa es que hay momentos en que se usan determinados métodos de enseñanza que quizá no son los adecuados para los pobres alumnos que los tienen que sufrir.

Hablando de métodos y de sufrir. Mi peor experiencia en materias fue, como no podía ser de otro modo, con francés. Monsieur Gulló en primer año me torturó hasta la saciedad con un poema, cuyos primeros versos todavía hoy puedo recitar: “Le petit cheval dans le mauvais temps, qu’il avait donc du courage / C’etait un petit cheval blanc, tous derrière et lui devant” (puede que haya algún error, pero recitar implica hablar y no escribir). Quizá M. Gulló consideraría esto un triunfo, pero en aquel momento ¡cómo sufrí! ¡Fue la única materia que me llevé en todo el secundario! ¡Hasta mi vieja fue a hablar con él y él, muy suelto de cuerpo, le dijo que me iba a hacer bien rendir en diciembre!
Como decía, el edificio del Pellegrini me encantaba. Me daba miedo pisar los mármoles de la escalera principal y siempre había un silencio sepulcral de mausoleo por la entrada principal. A veces, cuando salíamos antes nos dejaban salir por ahí y a mí me parecía un acontecimiento (además de la alegría de salir antes). Ahora cuando leo a Foucault hablando del panopticón de Bentham pienso en el patio del Pellegrini, pero en aquel entonces no me parecía para nada un edificio carcelario con todas las ventanas mirando hacia ahí, ni siquiera con las persecuciones de los celadores a los chicos que tenían que tener al menos dos dedos de cuello entre el pelo y la camisa (y que se los medían a rajatabla en la fila) o a las chicas con el ruedo de la pollera que debía tocar la rodilla y con el pelo recogido. A mí me gustaba el patio y me sentía libre ahí.
Me divertí mucho durante toda la escuela, tanto que no quería que terminara. Cuando nos acortaron de los seis años que teníamos que hacer a los cinco con que nos recibimos, me quedé muy mal y pensaba que era una injusticia. Además fue terrible recibirse como nos recibimos, sin vuelta olímpica ni viaje de egresados ni nada. No nos vimos más hasta prácticamente los veinticinco años y ni siquiera vi a todos mis compañeros. Algunos faltaron .
Como les dije al principio, a pesar de todo lo feo del entorno, yo viví el plácido mundo de una adolescencia feliz en el Carlos Pellegrini.

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