martes, 21 de septiembre de 2010

La enseñanza de la excelencia

La enseñanza de la excelencia no se separa de la contención en libertad, por Marite Corbella, promocion '70



Como ex - alumna del “Carlos Pellegrini” y como profesora de los dos “Colegios de la Patria” durante muchos años, creo tener una perspectiva bastante amplia de lo que sucedió y sucede en nuestras aulas y pretendo con esta nota poner por escrito pensamientos comunes a muchos docentes y padres de mi generación con los que hablo permanentemente sobre el tema.

La problemática en el Buenos Aires y en nuestra escuela es tan especial que los docentes de nuestros colegios solemos compartir nuestras experiencias en ámbitos cerrados y exclusivos como los de las JEMU (Jornadas de Educación Media Universitaria) que convoca sólo a los establecimientos secundarios que dependen de las universidades de todo el país (por ejemplo, el Monserrat, en Córdoba es como el Buenos Aires y el Manuel Belgrano, como nuestro amado Charly).
Es que lo que pasa en nuestras aulas, siendo tan parecido a lo de otros colegios, tiene además esa modalidad especial que reconocemos los de adentro, los que estuvimos y estamos siempre cerca de ellas.

Primera parte: Excelencia académica + contención afectiva y efectiva

Surgí a la docencia en el 85, cuando la recién re – estrenada democracia nos ponía el alma en vuelo a profesores y alumnos que sentíamos –como toda generación que ha nacido o se ha criado bajo regímenes dictatoriales- que un horizonte sin límites se abría ante nuestras necesidades de experimentación. En aquellos años todo desmadre disciplinario era “conversado” y no sancionado directamente, los alumnos se atrevían a cuestionar contenidos y metodologías y los profesores más jóvenes los acompañábamos en su descubrimiento de posibilidades intelectuales, compartiendo muchas veces algunas de sus posturas, llevándolos al teatro fuera del horario de clase, dándoles un lugar privilegiado en nuestra vida y en nuestra casa que se poblaba los fines de semana con sus voces juveniles y sus tristezas y alegrías.
Sin embargo, era tal la conciencia de parte de ellos y de nosotros de que ésta era una conquista duramente conseguida, que se pudo lograr que la algarabía y el amor no entorpeciesen la marcha del proceso académico. Así, algunas veces tuve chicos en diciembre y hasta algunos en marzo que entendían que la justicia y el cariño podían ser administrados al mismo tiempo y que en esta vida, más allá de nuestros colegios, existen los premios y los castigos y que uno debe hacerse cargo de sus propios desaciertos. Lo sentí así en las conversaciones con las madres, en los alumnos que al año siguiente entraban en las aulas del año anterior para darme un beso y decirles a los más chicos que disfrutaran el año pero que estudiaran; lo sentí así cuando una “huevada” espectacular de fin de año se abrió ante mí porque era yo, “la profe” y no querían ensuciarme.
Muchas veces, ante las quejas de otros profesores por la indisciplina de sus aulas, me pregunté por qué a mí no me pasaba. Y de a poco fui entendiendo por qué a los docentes nos comparan con los padres: esa rara combinación, ese difícil equilibro entre autoridad y amor podía ser logrado pero casi siempre se parecía al milagro. Recordé qué cosas me habían parecido injustas como alumna y recordé que nunca había odiado a un profesor por el esfuerzo que me demandaba sino por las injusticias que podían llegar de su parte. Recordé que no había respetado a los “chantas”, a los que preparaban la clase en un boleto de colectivo, antes de llegar al colegio, por más que regalaran nota. Me di cuenta de que, sin proponermelo racionalmente , había tratado de parecerme a mis profesores amados, a Susy Sobarrojo, a Rosario Salerno, a Osvaldo Giorno.
Y así, de mi lado los chicos habían encontrado demanda de esfuerzo pero también una propuesta clara y límites precisos: nunca dejé de preparar una clase, con la bibliografía que correspondiese aunque la hubiera dado mil veces; nunca tomé pruebas u orales “sorpresa”, nunca mezclé lo académico con lo disciplinario: hasta el chico más arisco o revoltoso podía tener 10 de promedio si se lo ganaba con su rendimiento escolar. Me di cuenta de que los chicos más jóvenes no eran tan diferentes de los de mi generación y apreciaban las mismas cosas, sabían diferenciar y agradecían el esfuerzo, retribuían el cariño, necesitaban el amparo del que sabe y el límite del adulto para sentirse contenido.

Segunda parte: siempre excelencia académica + una contención problemática

Este panorama ideal funcionó para mi satisfacción y creo que para el legítimo interés de padres y alumnos hasta la última parte de la década del 90. Lentamente las generaciones que no conocieron la dictadura asumieron como derechos las conquistas y pidieron más. Esto que debió ser un proceso natural devino, por obra y gracia de los avatares de una política criolla corrupta y desesperanzadora, en una debacle moral colectiva que nos afectó profundamente como sociedad y cambió las pautas de las relaciones entre los adultos (léase padres y educadores, entre los más afectados) y las jóvenes generaciones. Acostumbrados a ver en su entorno familiar y social que el esfuerzo no era premiado y que, incluso en las más altas esferas, el “piola”, el “canchero” era el que robaba y no iba preso, empezaron el cambio de costumbres que hoy nos preocupa tanto, al punto tal que este tema es el que nos está convocando para escribir sobre él.
Los profesores hoy sabemos que, en general, ya no es posible trabajar con el grado de acercamiento de los 80 con los chicos, bajo pena de quedar como un profesor débil. Las charlas ideológicas en el sentido más profundo y que antes enriquecían las clases, en muchos casos hoy son aprovechadas para perder tiempo de clase y “que se vaya la hora” ante la ingenuidad o el “despiste” del docente a cargo.
Los profesores nos hemos ido corriendo porque los chicos ya no necesitan que les demos el espacio: lo tienen y están empujando sobre el nuestro.
En ese lugar es donde nos encontramos ahora, trabajando y tratando de reencontrar ese delicado equilibrio, aquel compromiso tácito que se debilitó desde la sociedad misma. Continuamente los padres nos plantean problemas similares: se sienten inermes para ejercer una autoridad que, si pretende ser firme, aun en beneficio de los chicos, es atacada desde las maneras más solapadas de la resistencia hasta el acto violento de la confrontación directa y si busca cumplir el rol de “padre amigo”, tan auspiciado por las revistas educativas de los 70, puede caer en un muchachismo demagógico, tan nefasto para los mismos hijos.
¿Qué hacer, entonces? Padres y educadores queremos lo mejor para ellos, pero los chicos, siguiendo un patrón común a tantos programas de TV que se burlan de todo y de todos, parecen estar más allá de la mayoría de nuestros consejos sin reparar en que su ignorancia de la vida y de los temas académicos les impide reírse de sus padres y maestros hasta –por lo menos- saber tanto como ellos.
Y acá estamos, padres y docentes transitando el duro camino de esta etapa en que todos opinamos, nos desesperamos, tratamos de adaptarnos, nos rebelamos. Todos tenemos un objetivo y mientras éste esté claro y seguro en nuestro horizonte, vamos por un buen camino: no bajemos los brazos.
Nuestros colegios siguen siendo la mejor opción de excelencia académica. Pienso en mí, cuando alumna recién ingresada, escuché el discurso de bienvenida de Biolcatti donde se nos aclaraba a los niños de 13 años que en el vestíbulo de la escuela había un perchero imaginario y que, cuando traspasábamos las puertas y pasábamos por allí, debíamos dejar colgadas nuestras excusas por no haber hecho la labor encomendada. Pienso en mí más adelante, que sin saber nada de Latín como los del Nacional, me recibí con diploma de honor en la Facultad de Letras de la UBA y que cuando me preguntaron si había ido al Buenos Aires, por las notas que obtenía y ante su extrañeza por mi contestación, les aclaré: “A mí el Pellegrini no me enseñó Latín: me dio las herramientas para aprender cualquier disciplina y para terminar todo lo que emprendo.” La misma respuesta que di cuando gané la titularidad de mi cátedra del Nacional Buenos Aires, después de un duro concurso.
Creo personalmente que es falsa la opción: “Enseñanza de la excelencia, enseñanza de la contención”. Se debe enseñar la excelencia, partiendo de la base de la propia y del trabajo palpable, reconocible de clase, pero no se puede enseñar sin contención afectiva.
Quizás sea hora de que los alumnos sepan que nosotros, los adultos, también la necesitamos y que nos devuelvan, con su mirada atenta e inteligente y sus logros académicos y vitales, tanto esfuerzo.

Mrite Corbella
Compañera Promocion 70
Profesora de Castellano

Alicia Gil, desde Vigo-España compañera promoción '74

Hola a todos los pellegrinenses. Cuando Eduardo me propuso que cuente alguna historia del turno vespertino del Pellegrini de los principios de los setenta (promoción 1970-1974), me removió un montón de recuerdos. Empecé a acordarme de cosas que había vivido y un poco me da casi casi vergüenza contar que fue una de las épocas más felices e inconscientes de mi vida, inconscientes por todo los momentos trágicos que estaba viviendo el país, que para mí, en aquel tiempo, ni siquiera existían como telón de fondo.
En fin, cuando llegué a sexto grado, conoci a una compañera de banco quien me comentó que se estaba preparando para entrar al Pellegrini, y también me enteré de lo que me movilizó a querer ir al Pellegrini: ¡era una escuela MIXTA! ¡Había CHICOS! Eso determinó mi decisión de querer entrar al Pellegrini tambien .
Ya adentro, el edificio me parecio genial; las materias me resultaban de lo más aburridas. Lo más cercano al arte, que era mi primera pasión, era caligrafía.
Y aquí quiero agregar un paréntesis de mi experiencia de visitar la escuela por dentro cuando cumplimos los veinticinco años en el noventa y nueve. Me pareció ESPECTACULAR. Las vitrinas de la escalera principal llenas de obras de los chicos. Después de todo, ¿por qué el arte (visual, literatura sí había) no se podía llevar con los peritos mercantiles o bachilleres comerciales o como quiera que los llamen ahora ?
Me encantó la escuela actual. Se respira un aire relajado y contenido que no aparecía en mi época, aunque yo, por supuesto, no me daba cuenta en aquella época. Al leer El Pellegrinense, me enteré de los debates (de los que no tenía idea) de contención versus excelencia. Pero, ¿no se pueden lograr las dos cosas?
Volviendo a mis recuerdos, en aquel momento, ni siquiera me entusiasmaba inglés (que fue mi segundo amor después del arte) porque se usaba el método de moda de la época (luego me enteré de que se llamaba “audiolingual”), que consistía en repetir sin cesar como un loro hasta memorizar todas las cosas. Me encontré con mi profe del primer año del Pelle, Viñas de Urquiza, que nos martirizaba con la memorización de esos diálogos estúpidos que yo odiaba en el secundario;, cuando hice el profesorado en inglés en el Lenguas Vivas (no hace tanto, ya que egresé en el 95). Ojo, Viñas de Urquiza es una genia de las estructuras comparadas de inglés y español. Lo que pasa es que hay momentos en que se usan determinados métodos de enseñanza que quizá no son los adecuados para los pobres alumnos que los tienen que sufrir.

Hablando de métodos y de sufrir. Mi peor experiencia en materias fue, como no podía ser de otro modo, con francés. Monsieur Gulló en primer año me torturó hasta la saciedad con un poema, cuyos primeros versos todavía hoy puedo recitar: “Le petit cheval dans le mauvais temps, qu’il avait donc du courage / C’etait un petit cheval blanc, tous derrière et lui devant” (puede que haya algún error, pero recitar implica hablar y no escribir). Quizá M. Gulló consideraría esto un triunfo, pero en aquel momento ¡cómo sufrí! ¡Fue la única materia que me llevé en todo el secundario! ¡Hasta mi vieja fue a hablar con él y él, muy suelto de cuerpo, le dijo que me iba a hacer bien rendir en diciembre!
Como decía, el edificio del Pellegrini me encantaba. Me daba miedo pisar los mármoles de la escalera principal y siempre había un silencio sepulcral de mausoleo por la entrada principal. A veces, cuando salíamos antes nos dejaban salir por ahí y a mí me parecía un acontecimiento (además de la alegría de salir antes). Ahora cuando leo a Foucault hablando del panopticón de Bentham pienso en el patio del Pellegrini, pero en aquel entonces no me parecía para nada un edificio carcelario con todas las ventanas mirando hacia ahí, ni siquiera con las persecuciones de los celadores a los chicos que tenían que tener al menos dos dedos de cuello entre el pelo y la camisa (y que se los medían a rajatabla en la fila) o a las chicas con el ruedo de la pollera que debía tocar la rodilla y con el pelo recogido. A mí me gustaba el patio y me sentía libre ahí.
Me divertí mucho durante toda la escuela, tanto que no quería que terminara. Cuando nos acortaron de los seis años que teníamos que hacer a los cinco con que nos recibimos, me quedé muy mal y pensaba que era una injusticia. Además fue terrible recibirse como nos recibimos, sin vuelta olímpica ni viaje de egresados ni nada. No nos vimos más hasta prácticamente los veinticinco años y ni siquiera vi a todos mis compañeros. Algunos faltaron .
Como les dije al principio, a pesar de todo lo feo del entorno, yo viví el plácido mundo de una adolescencia feliz en el Carlos Pellegrini.

Desde la Patagonia, Pablo Laclau

Precámbrico

Desenterrar el pasado que corresponde al período entre el final de mi niñez y el final de mi adolescencia, -bruscamente acelerado este último por rupturas y cambios de algún modo impensados por los que llevábamos a cuestas pocos años de vida y de vivencias- , tal vez sea un ejercicio algo engañoso, tamizando recuerdos con una mirada distante y menos apasionada que entonces, y tal vez con una mayor comprensión de hechos y personas.Incluso de uno mismo.
Cuento esto y me veo en un día de diciembre dando exámenes para ingresar al “Carlos Pellegrini” , y días después, mirando el listado y junto a mi nombre, los 32 puntos1 necesarios para entrar a primer año en el turno mañana.
Luego salta mi recuerdo a los primeros dias de clase, y a quien fue mi primer compañero de banco, y ahora editor de este boletín. A partir de Eduardo, mi memoria se entretiene con otras caras, compañeros con más de chicos que de grandes, y profesores con mucho más de grandes que de jóvenes.
Una fuerte solemnidad en el tamaño del edificio, las aulas, los gabinetes. Y de ahí subo al patio cerrado de arriba y al canto de la mañana que hoy me resulta aún más hermoso que una canción de Sui Generis, saludando a la bandera con una grabación mil veces escuchada, donde voces y rayaduras mezclaban su sonido, tapando el nuestro. Luego sigo el vuelo (triunfal?), y veo un día a Patricia (Silberstein)1 por la calle y luego conversamos de ello. También evoco discusiones fulberas en tiempos de recreo, con el River-Boca anterior en la retina que ponía a unos y a otros alternativamente tristes y alegres, entre los que te encontrabas vos, Miguel (Arcuschin)2. Los años pasaban y una existencia posiblemente bastante estructurada pero tambien altamente contenedora era la impronta del colegio. O bien: una existencia posiblemente contenedora pero también bastante estructurada era la impronta del colegio.
Materias ´duras´, como Práctica Contable por la noche, nos llevaban más de un disgusto hasta que pudimos entender que ´las ganancias se acreditan y las pérdidas se debitan´. En tanto, por la mañana, con nuestra suerte de tercera división, nos tocaba una profesora de inglés3, que nos hacía parar y repetir la ´th´ como ´d´ y nos tenía un rato paraditos diciendo ´dddddd…ddd´, con la consecuente tentación de alguno y castigo de tener que decirlo solito… Confieso que me ayudó a pronunciar (casi) bien, aunque ahora debería comenzar de nuevo.
Y también estaba la infaltable vuelta olímpica de los más grandes, objetivo anhelado y distante que dejaba algo de harina, algún petardo y mucho olor a huevo podrido en las aulas.
Después vino el ´73 y el ´74 y las cosas comenzaron a tomar otro color. ¿Liberador? No para mí. Al igual que todos o que muchos, en ese momento yo era hijo de mis circunstancias aunque no de mi propia experiencia. Los conceptos heredados (es decir, mis pre-conceptos) pesaban. Bastante. Yo venía de un medio familiar adonde todavía entonces se escuchaban encendidas discusiones acerca de Rosas (!!). Ni hablar de Perón. En esos tiempos comenzó a dibujarse una línea, tenue al principio y más tensa en el ´74, que diluyó el diálogo común, sectorizó el curso y planteó claramente una antinomia: o estabas ´adentro´ o eras un …(gorila, momio, imperialista yanqui…).
Yo estaba afuera. Mi refugio, entre asamblea y asamblea, era dedicarme a jugar al 7 y ½ con Guillermo, Fernando, Marcelo y algún otro participante menos asiduo, en la escalera del ascensor de la puerta de servicio.
Esto molestaba a quienes estaban en otra etapa, y a mí las asambleas. En algún momento me sentí sin espacio en un lugar tan grande.
Soportando el chubasco materno, que me decía que las cosas hay que bancárselas, salí del “Pellegrini” en mayo del ’74 (estando en 5º Año) y me fui a un colegio nacional.
Abrupta o paulatinamente según el caso, perdí contacto con mis compañeros de ruta de esos tiempos. Hasta hace unos días.

Jurásico

El ´75 fue un año de facultad ordenadito, ´contenido´ eficazmente por la Triple A que ya estaba en plena macabra limpieza. En el caso de Agronomía, los recién ingresados asistíamos a clase en un clima de relativo aislamiento de la pesada y persecutoria realidad de otras facultades. Claro que entre los asientos de multitudinarios cursos, se quedaban dormidos tipos cuarentones de saco y corbata, distribuídos de a uno cada tantas filas... que después se subían a su Falcon hasta la próxima clase.
El año siguiente comenzó a dejar sus consecuencias monstruosas. Vengo de una familia grande y con muchísimos años de Argentina, por ambos lados. Incluye un espectro ideológico variado, y una cantidad de contrasentidos que darían lugar a más de un libro de taras argentinas, taras que encubren a veces el talento o esconden los espacios de encuentro... Es decir, una muestra para mí, bastante representativa de nuestra sociedad. Romper con estas ataduras mentales y familiares para crecer solito me sacó a tiempo de Buenos Aires.
En abril del ´77 me vine al sur cordillerano a estudiar una carrera corta forestal. Al decir de algunos familiares estaba: ´tirando un futuro por la ventana´(es decir, la agronomía y mi trabajo reciente en Duperial). Una tía adorada me pronosticaba un futuro de alcoholismo compartiendo el rancho con alguna ´chinita´. Ambas cuestiones se hicieron realidad de algún modo, que es lo que todo gaucho en estas pampas puede anhelar. Aunque la china no llegó tan pronto, y el alcohol no ha sido tanto…
No tenía ni idea qué era lo forestal y qué era el sur. Cargué mis cosas más queridas, un bolso marinero lleno de libros, una guitarra, y dejé a una novia extrañándome y yo a ella, con la ilusión de un reencuentro patagónico. En el sur nací de nuevo a los 18 años. Pude tomar distancia de las cosas que me presionaban, convivir en plenitud con otra gente, y recuperar sentimientos guardados. Y respirar diariamente el aire de los bosques más lindos. Y descubrir a otra Argentina, talvez a la más profunda.

Pleistoceno

Dos años después, volví a Buenos Aires, al reencuentro con mi Penélope, a completar agronomía y a vivir otra vida más. En el ´83 terminé mis estudios y dos día después de mi último examen, fui a trabajar al Uruguay, en un hermoso campo frente a Martín García. Una maravilla a un paso del Tigre, aunque distante 50 años en desarrollo. Los tiempos corrían diferente allá, aunque no para los dueños argentinos, compradores del tiempo de la plata dulce, deseosos para entonces de sacarse el fardo de encima.
Así que, en poco tiempo se vendió el campo y de nuevo cambié de domicilio… a otro campo en Elvira, estación olvidada como todas las estaciones de la Argentina en el camino de Lobos a 25 de Mayo. Me duró poco, menos de una cosecha. Después seguí en el sur de Córdoba, y luego, otra peregrinación nacional. Ya Penélope no tejía más (para mí), y cuando un accidente terminó con su vida, mi pena y mis ganas de andar combinadas me llevaron en busca de un lugar en rápido tour, sucediéndose en cuestión de días Mendoza, Trelew, Esquel, y finalmente a mi terruño adoptivo sureño. Como todo el que llega, se trabaja donde se puede, y después, si se puede, en donde se quiere. Luego de una temporada en el centro de ski (contable, como corresponde a un ex del Pellegrini), comencé a trabajar en un novel centro agrícola educativo. Primera experiencia educacional (no formal) para capacitación de pobladores rurales criollos e indígenas.
Con ello vino el casamiento (ni china ni japonesa, medio polaca), y las hijas, es decir, la tranquilidad tan buscada por todo el territorio argentino se transformó en constante bullicio oral. Creo que por eso hoy hablo menos que antes (que ya hablaba poco) y escribo mucho más.

Holoceno

Del ´85 hasta ahora y al igual que todo argentino standard, he ido adonde el trabajo quería que fuera. En los primeros años de matrimonio, vivimos en una estancia neuquina, luego en mi pueblito adoptivo cordillerano, donde trabajé varios años como docente en la universidad y también en asistencia a comunidades mapuche.
Después, ruptura familiar mediante y con poco trabajo, recalé en Misiones trabajando para una organización medioambiental. La vuelta al pago, seis meses después, me reencontró con mis hijas y el trabajo forestal, con años de viajes entre Esquel y San Martín y con el placer de conocer maravillas naturales y humanas. Mi historia actual se conforma con la casa más cerca del bosque, una realidad cotidiana de hijos compartidos, investigación forestal, trabajos esporádicos en latitudes más cálidas, y trabajo hoy-sí-y-mañana-talvez.
Hoy, el retorno al recuerdo adolescente y al paso por uno de los mejores colegios de la Argentina, une la última línea de mi relato con la primera. Tal vez haya sido todo como lo conté, y por ahí quien lea esto sienta un cachito de cosa compartida.
Quizá en el rumbo, o en los sentimientos . . . . . .
Vuelvo, quiero creer que estoy volviendo,
Con buen talante y buena gana . . .

(1) compañera detenida desaparecida
(2) compañero detenido desaparecido.

Reencuentro, por Jorge Rabaso promoción '74

Año 2002

Es así, mi querido compañero.
Al igual que vos, disfruto de sólo pensar en el día de mañana.
Mañana, ¡qué día especial!
Un día de fiesta.
Se juntarán nuestros compañeros del Pellegrini.
¿Podés creerlo, después de tantos años?
Esta semana fue especial.
No hice más que volver a los e-mails y
leerlos y releerlos;
esperarlos y re-esperarlos.
Acá, desde tan lejos, estuve tan cerca,
tal vez más cerca que nunca,
porque siento la alegría de estar de fiesta
en lo que será nuestra fiesta, tu fiesta, mi fiesta.
Nacimos en el mismo tiempo
y compartimos los mismos años.
Nos mirábamos con vergüenza,
con curiosidad, con necesidad.
Años tan especiales,
años tan difíciles.
Y ahí lo tenés. ¿Te acordás?
Quien en algún momento iba a ser tu mejor amigo.
Y ahí lo tenés, para que te escuche, para que te entienda.
Y él, él iba a ayudarte incondicionalmente.
Y ahí la tenés. ¿Te acordás?
Por ella ibas a sentir ese amor tan inocente
y tan profundo.
Ese amor que nunca fue
y que llevarías por muchos años en tu corazón.
Quizás para nunca olvidarla.
Si todavía me acuerdo cuando le dije
que estaba enamorado de ella.
Me acuerdo del lugar,
del gusto del café,
de su sorprendida expresión.
Como si fuera ayer.
Y pasó.
Pasó el colegio
y pasaron tantas historias después.
Pasaron mil personajes
y paisajes…
y aquí estoy,
aún así siento esa necesidad de volver
treinta años atrás y subirme al banco
con el cuaderno de espiral y el lápiz
para cantar payaseando que
"ya tengo su amor, ya tengo sus besos".
Desde tan lejos,
hacé de cuenta que estoy allá mañana
y por favor, ¡llevame!
No me olvides,
que el destino me tiró bien lejos
y necesito estar en la fiesta.
Mirá, cantála por mí.

Decía. . .

" si no me caso contigo, moriré soltero,

solterito en esta vida yo he de morir".

Y abrazáme a cada uno de ellos.

Jorge Rabaso
rabaso@pacbell.net

Cien Años de Soledad, Mónica Sacco, promoción '76

Junio de 2004






Como siempre, Edu me pone en un brete. Claro, el tipo manda fruta, que el boletín (ahora le dicen “newsletter”, viste, ¡es recanchero!), que los Graduados del Pellegrini, que la Campanita del Buenos Aires, las entrevistas a ex-profesores eméritos y no tanto, y de paso me pega un chicle en el pelo - “dale, petisa, escribite algo” . “¿Sobre qué?”, pregunto inocentemente. “Lo que se te cante”, arguye el muy gracioso y cuelga.


Y yo me agarro las mechas (recién teñidas de color violeta di-vi-no, no sabés cómo te tapa las canas) y me pongo a dar vueltas. ¿De qué quiere que escriba? ¡Si estoy obsesionada por el próximo 18 de mayo y por los estropicios que la población de este bendito país puede (podemos) llegar a hacer!
¿Habremos aprendido la lección?, me pregunto jugando con el control remoto que salta de noticiero en noticiero, mostrando cómo nuestros posibles presidentes se arrojan toda clase de armas verbales (por ahora, sólo por ahora) por la cabeza.
Se acusan, se insultan, se tratan mutuamente de incompetentes y se sacan los trapitos al sol pero eso sí, ¿un programa de gobierno? ¡Ni a palos! ¿Un plan de recuperación económica? ¿Para qué? ¿Una plataforma en salud y educación? ¿Lo qué?
Todo muy “pour la galerie”, pero de laburar, ni hablar. De laburar de político, quiero decir, que eso es ni más ni menos lo que deberían demostrar estos señores: su capacidad para ejercer el cargo honestamente y a su leal saber y entender.
Lamentablemente, pareciera que es un mal argentino endémico a lo largo y a lo ancho de la historia de nuestro país que, entre paréntesis, parece haber regresado (o mejor dicho, involucionado), al estado en que se encontraba alrededor de 1910. ¿Cómo? No, no me volví loca y a las pruebas me remito. Y ya que hablamos de prueba, les voy a tomar una chiquitita, casi un multiple choice para ver cómo andamos de memoria. Va sin nota así que no se asusten. Es nada más que para “nivelar” (esa es la gilada que dicen hoy en día los profes cuando verifican el espantosamente bajo nivel del alumnado en general).

Preguntita N°1: ¿Quién dijo: “El mal que aqueja a la Argentina es la extensión”? Como si el ser extenso y tener cuatro husos horarios hubiera “aquejado” el desarrollo de nuestro amado-odiado Gran Hermano del Norte. ¿Sería por este error de concepto que muchos de nuestros pro-hombres se la pasaron tratando de achicar el territorio? Porque ni más ni menos que eso hizo Bernardino Rivadavia al facilitar la separación del Alto Perú y la Banda Oriental; los unitarios, al buscar la ayuda extranjera para segrerar el Norte y la Mesopotamia; el mismo Mitre con la terrible guerra con el Paraguay. Casi se dieron el gusto de separar a Buenos Aires del gobierno de Paraná (el del Primer Entrerriano). ¿Que quién lo dijo? Uy, casi me olvido: Juan Bautista Alberdi.

Perlita (perdón, pregunta) N° 2: “La grandeza del Estado está en la pampa pastora, en las producciones del Norte y en el gran sistema de los ríos navegables cuya aorta es el Plata. Por otra parte, los españoles no somos ni industriales ni navegantes y la Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos a cambio de nuestras materias primas.” !Largos siglos! ¿Y la industria? Bien, gracias. ¿Para qué la queremos con un proveedor tan generoso? O mejor dicho, con un presidente tan generoso, porque el que mandó fruta fue Sarmiento.

Me parece que andan medio flojitos, chicos.

Va la N° 3. “Pudimos en tres años introducir cien mil pobladores (N de la A: habla de los inmigrantes) y ahogar en los pliegues de la industria (N.de la A.: agropecuaria exclusivamente) a la chusma criolla inepta, incivil, ruda, que nos sale al paso en cada instante”. Pavada de xenofilia. ¿Quién? Sarmiento,of course.

N° 4: “Llegaremos a exportar manufacturas dentro de mil años”. Esta fue profética, porque con los gobiernos que tuvimos entre 1853 y 2003, nos ocupamos de hacer pelota cuanto tallercito se nos cruzara delante. Ah, fue Billinghurst.

Siguen los éxitos con la N°5: “Es imposible proteger a los industriales, que son los pocos, sin dañar a los ganaderos, que son los más”. Tomá pa’vos, pelandrún. A ver si te creés que nos vamos a andar preocupando por una fabriquita de morondanga. ¿No sabés que las vacas, de tan bien educadas que son, se crían solas? ¿Y que al pasto lo riega Dios? ¿Vos no serás anticlerical? Y ahí no más don Dalmacio Vélez Sarsfield le dio con el Código Civil en los dedos a la industria.

Tengo más, a no desesperar: “El país tiene exceso de población y la solución es que emigre el excedente innecesario para la economía pastoril”: Dr. Ernesto Hueyo, ministro durante la Década Infame (a estas alturas, no queda una que no lo sea). “La población que conviene a la República está en la relación de cuatro vacunos por cada hombre” : Faustino Frano, presidente de la Sociedad Rural. ¿Sacamos las cuentas? (Bueno, ya sé que ésta es de Matemáticas, pero la tentación es grande...)

¿Sigo? Para qué, dirán algunos, si parece que no tenemos remedio. Error. Sí tenemos. Al alcance de la mano, donde estuvo siempre. Sólo hay que ponerlo en práctica pero de verdad, sin medias tintas ni puñaladas en la espalda de la nación.

“No hay en el mundo un solo estadista serio que sea librecambista en el sentido que aquí (N de la A: en la Argentina) entienden esta teoría. Hoy todas las naciones son proteccionistas, y diré algo más: siempre lo han sido y tienen fatalmente que serlo para mantener su importancia económica y política. El proteccionismo puede hacerse práctico de muchas maneras, de las cuales las leyes de Aduana son sólo una, aunque sin duda la más eficaz, la más generalizada y la más importante. Es necesario que en la República se trabaje y se produzca algo más que pasto.”

Bueno, bueno. Se mandó el parrafito el hombre. ¿Algún Ministro de Economía prospectivo? Frío, frío. ¿Un politólogo de renombre? Helado. ¿Un político en campaña? Niet, niet. ¿La conclusión de un debate entre candidatos? Ojalá. ¿Y? ¿Alguna idea? Les paso una ayudita más a ver si aciertan:
“Lo que hoy sucede es hijo legítimo de los errores cometidos hace treinta años” (...) “los usos y los abusos no son de generación espontánea, son el fruto necesario de hechos que se han venido produciendo en los cuales han tenido parte todos los hombres públicos que se agita hoy en el escenario político” (...) “El inmenso poder que han llegado a tener los presidentes de la República ha sido la consecuencia forzosa de su educación política... de su falta de educación política.”

¿Seguimos en ayunas? Bueno, por esta vez, vayan. Fue Carlos Pellegrini, hace más de cien años. ¿Cómo terminaba la novela de García Márquez? Espero que nos vaya un poco mejor.


Mónica Sacco (promoción ’76)
monica_sacco@yahoo.com.ar

"Tú que puedes, vuélvete", Profesora J. Carranza

        Setiembre de 2003
                                                    
Estas reflexiones tendrán, sin duda, un tono ligeramente nostálgico. Se referirán a la especial relación entre aquellos adolescentes llenos de proyectos y expectativas, que hoy son mujeres y hombres maduros y una mujer- joven entonces y hoy pisando la sombra de la ancianidad- que oficiaba de guía para entrar en el mundo , bello e inquietante, de la literatura.

Cuando veo a los estudiantes de hoy, organizándose para obtener “rebajas” en el nivel de exigencia intelectual; cuando me entero de que se restringen las horas y los días de dedicación a la excitante tarea de COMPRENDER, me pregunto si en mi recuerdo no habré inventado los ojos ávidos o los silencios de templo con que Uds. escuchaban un poema de Neruda o un fragmento de Kafka. Si habré idealizado el vínculo que nos unía, hecho de trabajo, de severidad, de entrega, por un lado y de disciplina intelectual, de travesuras, de no merecida admiración, por otro. Ese entretejido de pensamientos, de esfuerzo, de emociones, de rabia y de despertares, nos unía, hacía un todo en el que, sin embargo, cada uno conservaba y guarda aún hoy, su perfil individual, enriquecido por aquel transcurrir cotidiano del esfuerzo,

Y aquí, enfrentada a la idea del transcurrir, me resulta inevitable la alusión al río de Heráclito, siempre el mismo y siempre diverso. El caudal imparable de los jóvenes que crecen, que se hacen padres, que van hacia la vida, que se dispersan. Y yo, viéndolos pasar, tratando de detener un instante esa fugacidad de vértigo en el que intenté sembrar una simiente que fructificaría, con suerte, cuando el impulso ya los hubiera llevado lejos.

Pero al cabo de los años, el milagro del regreso. La búsqueda y el reencuentro, que, en realidad es la reunión de los fragmentos que una irresistible fuerza centrífuga había diseminado. Pero que no había tenido el poder de mellar los lazos sutiles construidos con esperanza y tenacidad.

Y aquí estamos. Ustedes con el latido joven en los corazones, buscando rescatar la frescura de aquellos muchachos que entraron trémulos de espera al Pellegrini, aunque tratando también de olvidar las decepciones y la incomprensión que muchas veces los signó y los rebeló. Claro, todos imperfectos, todos vulnerables; algunos, arbitrarios o hinchados de solemnidad. Y yo, un puro júbilo, con la gratitud de sentirlos cerca, de regreso.

Julieta Carranza (profesora de literatura entre 1956-1970)
jcalzada@infovia.com.ar

Aparecen voces de otros tiempos, Susana Soba Rojo





A  la izquierda, la profesora Soba Rojo y a la derecha  la  Profesora Burgos " la Chochi"

Un día suena el telefono de mi casa y aparecen voces de otros tiempos.
De aquéllos en que yo iba al Pellegrini, y junto a unos chicos, hablábamos de viejas historias.
Aquellos chicos, hoy señoras y señores “grandes”. . . bueno, todo es relativo. Y me invitan a conversar sobre recuerdos compartidos a lo largo de muchos años.
Ellos pasaron seis años por la escuela; los difíciles años de la adolescencia.- Yo, cuarenta y cinco . . . en los que año a año, mañana y tarde, entraban en mi mundo, se acumulaban y sumaban cientos de jovencitos, cientos de nombres, cada uno cargando problemas –tristes o propios de la edad-, que yo muchas veces ignoraba. Para ellos fue su adolescencia. Para mí, el transcurso de mi vida, en sólo una de sus facetas. . .
Porque todos tenemos múltiples aspectos en nuestras personalidades.
Y comenzado el diálogo, entramos en el túnel luminoso del tiempo y la mem
oria.
Esa noche la reunión fue con una chica Pato1 y un muchacho Edu2: teníamos en común un Pellegrini, teníamos cada uno un Pellegrini. . .
-¡Susi! Estuviste cuarenta y cinco años en el cole? . . . . . .
(deben de haber calculado que era el tiempo de sus vidas )
Y claro, dedujeron, vi y vivi el Pellegrini de la segunda mitad del siglo XX, del siglo pasado . . . Dios !! Eso es historia . .
Y como trasfondo, una muy dinámica, cambiante y vertiginosa Historia Argentina y lógicamente, una dinámica cambiante y vertiginosa transformación de la Escuela Superior.de ComercioCarlos Pellegrini”.-
Con hechos que nos fueron moldeando y que nos hicieron sentir y vivir múltiples y variadas emociones.-
Nuestra ideología y sentimientos se moldearon en esas circunstancias. . .
Nuestra memoria acumuló datos. Nuestra memoria también desechó datos. . .
El teléfono volvió a sonar varias veces, y con cada una, nuevos o viejos recuerdos, asociaciones, comentarios.
Y surgirán en mi cabeza diálogos con personajes que en otros tiempos fueron contacto cotidiano, y ahora estaban en mi imaginación, detenidos en el tiempo y con diálogos que no sé si fueron o yo los “recreaba”.
Pasaban por la pantalla de mi cabecita el Dr. Hilmar Digiorgio (Rector del colegio entre 1956 y 1962) , Raúl Vela Huergo, Enrique Grande (médico y premiado autor teatral), el Dr. Félix Etchegoyen, el “temido” Sabaté Zinny, Angeles Sabor y Riera, el Ing. Biolcati ( Rector del Pellegrini entre 1962 y 1971), María Luisa, su hija, poeta y entusiasta, Julieta Carranza, María Rosa Labastié, Osvaldo Giorno, Elena Chiozza, María Renée Cura;
Ya más acá, Dora Di Sarli, su hermana Cristina, las dos Martas de la historia Etchart-Douzón, Hilda Colela, Marisa Casey memoria viviente del colegio y tantas caras de secretaría, preceptores, biblioteca . . .
Carlos Mora, con su seriedad y palabra, estupendo!
José Marqués. . . , paro . . . . !
Miles de nombres, mi Dios, esto ya parece. . . , no sé qué . . .
¡Ojo! No son sólo nombres escritos; son seres humanos que viven en mí, algunos o varios ya no están. . . bueno, sí viven, están, desde el momento que yo los recuerdo y recreo.
Además, Raúl Vela Huergo siempre decía que cuando rememoráramos algo, no nos pusiéramos melancólicos, eso es pasado, y que había que buscar la veta graciosa, de humana comprensión, que nos llevara a la sonrisa positiva . . .

Susana Soba Rojo,
Profesora de Historia 1956-1995